Una bola de pelusa a tus pies o sobre tu almohada te hace sentir cómodo, pero fisiológicamente es una calle de doble sentido.
Por un lado, el contacto con un animal aumenta los niveles de oxitocina y reduce la ansiedad, lo que ayuda a conciliar el sueño más rápidamente, según .
Por otro, sus movimientos imprevisibles, ronquidos o actividad nocturna pueden interrumpir las fases de sueño profundo necesarias para la recuperación cerebral. Esto es especialmente crítico para las personas con un sueño poco profundo y reactivo.
Un gato que decide salir a las cuatro de la mañana puede provocar múltiples despertares, después de los cuales es difícil conciliar el sueño. Un perro que da vueltas y gimotea no es un buen compañero para los que ya duermen de un tirón.
La calidad de la noche empieza a perder terreno frente a la sensación subjetiva de confort por el mero hecho de estar allí. Pero hay un inconveniente.
Para muchas personas que se sienten solas o sufren TEPT, la respiración rítmica y el calor de un ser vivo cercano se convierten en el mejor somnífero que no tiene análogos. El animal actúa como un «ancla de seguridad» que les devuelve a la realidad durante las pesadillas.
Su campo biológico actúa de forma tranquilizadora, y no se puede exagerar este beneficio. Un conocido que padece insomnio consiguió normalizar su sueño sólo después de adoptar un gato adulto flemático.
El gato se tumbaba sobre su pecho y su ronroneo, como el sonido de un motor, marcaba un ritmo lento y arrullador. No era un simple animal de compañía, sino un aparato médico vivo que funcionaba por vibraciones.
Pero un efecto así es un gran golpe de suerte, no la regla. Es importante establecer límites claros desde el principio.
Si no quieres que un perro adulto duerma en la cama, tampoco deberías permitírselo a un cachorro en su primera noche de anhelo. Determine el lugar: si está bien en la cama pero sólo sobre su manta a los pies, o exclusivamente en la zona de descanso junto a ella.
La coherencia es la clave del confort mutuo. El caos en las normas crea estrés para ambas partes.
Tampoco se puede descartar el aspecto higiénico. El tratamiento regular contra los parásitos, la limpieza de las patas después de la calle y el peinado a tiempo son un ritual obligatorio para quienes permiten que el animal entre en su cama.
Se trata de una responsabilidad que recae en el propietario. Para los alérgicos, el colecho puede estar contraindicado, por muy emocionalmente atractivo que resulte.
A veces, la solución está en el compromiso. Puedes permitir que tu mascota venga a la cama sólo para el ritual vespertino de socialización o las caricias matutinas, y enviarlo suavemente a su propia cama por la noche.
Así obtienes una dosis de oxitocina «somnolienta» y contacto táctil, pero mantienes el control sobre el espacio y la calidad de tu descanso. También enseña al animal a respetar tu tiempo personal.
En última instancia, la decisión es siempre personal, sopesando los sutiles beneficios mentales frente a los posibles costes fisiológicos. No hay una respuesta perfecta. Algunos están dispuestos a soportar un zarpazo en el costado por la sensación de que no están solos en la oscuridad.
Y para algunos, un sueño sólido e ininterrumpido es más valioso. Ambas cosas están bien, siempre que sean conscientes y no forzadas.
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