Desde fuera suele parecer una relación perfecta: él siempre sabe dónde está ella, ella controla su dieta y sus estados de ánimo, sus vidas están tan entretejidas que es imposible enhebrar el hilo.
Pero dentro de este idilio se esconde una angustia angustiosa y un miedo constante a perderse el uno al otro, según una corresponsal de .
La línea que separa el afecto profundo de la fusión dolorosa es tan delgada que puede pasarse por alto hasta que es demasiado tarde. La codependencia se disfraza de amor, pero su principal marcador no es la alegría por la presencia de la pareja, sino el pánico ante la idea de su ausencia.
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Te preocupas no porque quieras su felicidad, sino porque te da la ilusión de controlar tu propia vida, que sin esta persona parece vacía y sin sentido. Los psicólogos señalan que en las parejas codependientes suelen violarse los límites personales: los sentimientos y problemas de uno pasan automáticamente a ser propiedad del otro.
No sólo te compadeces de su mal día, sino que lo vives como una catástrofe personal, tu estado de ánimo depende totalmente de su tono de voz. La experta en relaciones Daria Suchilina explica: «El amor sano se basa en la fórmula «yo» + «tú» = «nosotros».
La codependencia borra el «más» y crea un monstruo bicéfalo insoportable: el «nosotros». La pareja deja de interesarse por el otro porque sólo ve su propio reflejo».
En una relación así, la responsabilidad personal desaparece: es cómodo culpar a tu pareja de tus fracasos y atribuir tus éxitos a su apoyo. Dejas de ser el autor de tu vida, para convertirte en coautor del escenario de otra persona, que, tal vez, no te guste demasiado.
El amor eleva, la codependencia agota. Después del tiempo pasado juntos, no te sientes lleno, sino vacío, como si hubieras dado todos tus recursos para mantener esta frágil estructura.
Sencillamente, no queda energía para los amigos, las aficiones y la carrera profesional. La prueba es sencilla: imagina que tu pareja se marcha mañana a un largo viaje sola.
Una reacción sana es tristeza leve e interés por su nueva experiencia. La reacción codependiente es el pánico, el resentimiento y la sensación de que la vida se va a detener.
Si lo segundo es cierto, merece la pena reflexionar. La salida empieza por lo pequeño: restablecer el círculo de contactos e intereses que tenías antes del encuentro.
Es importante aprender a volver a disfrutar de la soledad, a recordar lo que te complacía a ti personalmente y no a ti como parte de una pareja. Una habilidad clave es aprender a separar tus emociones de las de tu pareja.
Su mal humor es su territorio, y no tienes por qué «arreglarlo» inmediatamente. Puedes simplemente estar a su lado sin convertirte en un bote salvavidas.La terapia en estos casos suele tratar de explorar experiencias infantiles en las que puede haberse formado la actitud de que el amor consiste en el sacrificio y la completa disolución en el otro. Suelen ser historias en las que la condición para recibir atención era un comportamiento «correcto».
Poco a poco, paso a paso, recuperas el derecho a tus propios deseos, aunque no coincidan con las expectativas de tu pareja. Al principio da miedo, parece que la relación se va a desmoronar.
Pero así es como, por el contrario, se fortalece, ganando la fuerza de dos pilares independientes. La verdadera intimidad sólo es posible entre dos personas íntegras.
La fusión no es confianza, sino su sucedáneo, nacido del miedo a la soledad. No tenéis nada que daros el uno al otro si vuestros recipientes interiores están vacíos.
Cuando empiezas a llenar tu vida por tu cuenta, tu pareja tiene que llenar también la suya. Esto puede generar conflictos: el sistema se resiste al cambio.
Pero así es como nacen las relaciones adultas y conscientes. Se aprende a estar juntos no por miedo, sino por elecciones libres que pueden revisarse cada día.
Este es el amor maduro en el que no hay lugar para la dependencia carcelaria, sino mucha luz, aire y respeto mutuo. No grita sobre sí mismo desde el umbral de la puerta, no exige pruebas diarias.
Es tan tranquilo y seguro como respirar. Y en ella puedes por fin exhalar, dejar de guardarte defensas y simplemente vivir, a veces juntos, a veces separados, pero siempre de verdad.
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