Por qué las parejas necesitan rituales: si la verdadera intimidad se construye sobre los pequeños detalles

La paradoja de una relación duradera es que su fuerza no depende de raros destellos de pasión, sino de una red de pequeños hilos casi invisibles que se tejen a partir de acciones repetitivas.

Estos rituales no tienen nada que ver con llamativos aniversarios en restaurantes, informa un corresponsal de .

Nacen de forma espontánea: tu forma especial de preparar el café por la mañana, una frase tonta que se ha convertido en contraseña o la pizza obligatoria de los viernes por la noche a una vieja serie de televisión.

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Son estas pequeñas cosas, que no suenan en las redes sociales, las que se convierten en el verdadero cemento de la unión. Crean un sentido de «su» mundo, un lenguaje común incomprensible para los demás. En momentos de estrés, son estos rituales los que mantienen el vínculo a flote cuando los grandes sentimientos retroceden temporalmente.

La neurobiología lo explica de forma sencilla: las acciones positivas repetidas forman conexiones neuronales estables que asocian a un compañero con seguridad y placer. Es como pisar un camino en tu propio jardín: es fácil, familiar y apacible de recorrer.

Cuando desaparecen los rituales, la relación empieza a fragmentarse en acontecimientos cotidianos separados. Os convertís en dos personas que comparten un espacio vital, pero no una mitología. La magia de «ellos» desaparece y sólo queda un «nosotros» funcional.

La psicoterapeuta Esther Perel subraya que los rituales son el antídoto contra la rutina. «La rutina mata el deseo porque es predecible e impersonal. El ritual también es repetición, pero llena de significado y atención. La diferencia es la intención con que se hace», afirma.

Nunca es tarde para revitalizar o crear rituales. Empieza por lo más sencillo: diez minutos antes de acostarte sin teléfonos para hablar o estar en silencio, cogidos de la mano.

O un paseo obligatorio los sábados allá donde vayáis: simplemente caminad juntos, desviándoos de vuestra ruta habitual. La clave es la regularidad y no cancelar sin una urgencia.

Este es vuestro tiempo sagrado e inviolable, más importante que las noticias o una llamada repentina de un colega. Así os enviáis un mensaje claro el uno al otro y a vosotros mismos: nuestra relación es una prioridad.

Los rituales no requieren dinero, sino presencia. Puede ser fregar los platos juntos con música, o una forma especial de saludarse después de un día de trabajo: no un «¿cómo estás?» formal, sino una mirada real e interesada a los ojos.

En tiempos de crisis, son estas pequeñas anclas las que evitan que os distanciéis. Incluso en caso de discusión, el ritual del té por la tarde puede ser el primer puente hacia la reconciliación, porque el cuerpo recuerda la acción familiar y se calma.

También se convierten en una historia viva de vuestro amor que no puede describirse en un álbum de fotos. Dentro de unos años no recordaréis el coste de los regalos, sino cómo os reíais mientras intentabais hornear vuestro primer pastelito, o cómo se os ocurrió vuestra canción graciosa en un largo viaje por carretera.

Si los rituales se convierten en una tarea pesada, hay que cambiarlos con cuidado. Deben aportar alegría, no ser un elemento más de la lista de tareas pendientes.

Deja que evolucionen contigo y con las circunstancias de tu vida. La ausencia de estas prácticas es una señal preocupante.

A menudo significa que has dejado de invertir en el trasfondo emocional de la relación, conformándote con la presencia formal. El mundo que te rodea intenta constantemente romper tu conexión, y sólo tus tradiciones internas pueden resistirse a ello.

Te recuerdan que no sólo sois vecinos, sino coautores de un mismo cuento, en el que cada capítulo está unido no sólo por una historia, sino también por un estilo propio y distintivo. En esta historia, no sólo hay lugar para el drama, sino también para la poesía de las minucias cotidianas.

Empieza por una cosa. La más pequeña y sencilla. Y observa cómo esta acción aparentemente insignificante tiñe poco a poco tu espacio compartido con los colores cálidos y estables de un hogar y no de un refugio temporal.

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